Le dije a mi esposa que tenía un proyecto genial para vivir los últimos tres días de mi vida. Viajaríamos por el mundo: París, Niza, Marsella. Luego pasaríamos a Italia: Roma, Génova, Nápoles. Y Grecia y Turquía. Iríamos hasta el colofón del mundo. Llegaríamos temprano para poder disfrutar de todo sin prisa. Y dejaríamos en recovecos inciertos de los caminos recuerdos que den fe de que pasamos por allí. Le prometí que haría buen clima y que seríamos más felices, que el amor no nos iba a faltar (sé con quién hay que hablar). Cuando hay amor y dinero, ah, que no les había hablado de dinero, sí, dinero gastador. Para vivir los últimos días de la vida no hay fronteras ni estrecheces económicas, en especial cuando nada duele, ni siquiera la conciencia. Cariño mío, tú y yo sabemos que en el Pueblo de Patricia nadie tiene autoridad moral para pedirnos ni la hora, cuanto menos responsabilidades. Ni tú ni yo tenemos nada que ocultar. Además, yo me voy a morir en tres días. O no, quizá no, tal vez no, creo que le estoy cogiendo el gusto a vivir esta vida. Viviré los días que me queden por vivir coincidiendo con tu astucia recién estrenada y tu éxito. La vida que hemos ganado con tu saber hacer. Sepan ustedes que los bienes en Les Seniaes son de balde y dona nunca fue celosa, al contrario, dona... ay. Disfrutemos esta merecida vida, cariño mío. Gracias.
Hola, me trajo a la mente la metáfora de los tres días, pero tu relato va por otro lado, aunque seamos franco, todos tenemos un dia de vida, un dia a la vez...
ResponderEliminarabrazos!!
Carlos, qué alegría. Sí, hay que vivir cuanto menos hasta que, quién lleve el listado de los amanecidos, nos descarte. Gracias.
ResponderEliminarSalud.
¿Tres días para viajar por el mundo? Ese si que es un plan sin plan.
ResponderEliminarSaludos tú
Mujer de poca fe. Te quiero. Beso.
ResponderEliminarSalud.