Leemos poco y luego pasa que hacemos el ridículo. Un libro nos enseña a corregir, instruir en justicia, además de aprender a ser mejores. No hay libro malo, eso sí, los hay muy buenos. Por eso conviene dar a la mente un respiro de tantos asuntos inaplazables y leer un libro. Robar al día unas horas para leer un libro. "Que esto no se dice, que esto no se hace, que deja niño de joder con la pelota", que canta el Serrat. Cuando abrimos un libro e indagamos sobre la vida, sobre nuestro cuerpo y mente, nos encontramos con paradigmas, nos pica la curiosidad y queremos saber qué y por qué. Un libro es la palabra que instruye y a la vez el conflictivo que manipula. Ejemplo: El corazón es necesario para el cuerpo. ¿Pero qué pinta en el amor? ¿A quién se le ocurrió decir que el corazón tiene que ver con el amor? Un poeta quizá, acaso una mente absurda. Cosas de Cupido. O de algún otro ser mitológico, qué importa. -¡Ay, doctora!, cómo me duele el corazón. -Te dolerá la cabeza, pero no el corazón. El corazón no duele. -¿Seguro? Pues me duele el alma. -Tampoco. -¿Cómo es posible, entonces qué me duele? -Tú sabrás... ¿Qué síntomas tienes? -Si síntomas son vestigios, sospecho que me estoy muriendo. -Pues entonces te estás muriendo. O enamorado. -¡Muerto o enamorado!. -Eso es, una de dos, querido: Cada uno sabe lo que siente cuando se está muriendo o enamorado. -Qué difícil es vivir, querida... La vida es más o menos. (Sonrió y lo hicimos, más o menos). Gracias.
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