Disculpen la pena. Recuerdo a Eugenio, mi viejo y sabio amigo, que dispuso morir en Les Seniaes, profundizar en la tierra y convertirse en raíz de naranjo. También trabajó la posibilidad de retornar a la vida sin despertar a la conciencia. Eugenio era un hombre de pensamiento profundo e imprevisible. Su palabra aseveraba que cuando somos débiles estamos obligados a ser fuertes. El poder del débil es demostrar su fuerza, y se demuestra intentándolo. Eugenio creía en el poder de la palabra. La palabra se vuelca ante el dolor que experimenta extrayéndolo de la afección que es la arteria conectada al corazón para que su poderío fluya convertida en vida. Santa poesía. Recuerdo a Eugenio y pronuncio su nombre. No nombro a quién no merece ser recordada: un valor de la palabra reside en el consejo. La muerte es el semblante inevitable de la vida que nos coloca en un espacio de reflexión abismal. Y en ese umbral surge la pregunta: ¿Cómo podemos dar un adiós significativo a aquellos que amamos? Comprender que la muerte forma parte del ciclo de la vida y planear el adiós es una acción de amor y respeto hacia nuestros seres amados. No podemos abandonar la vida dejando a la familia mascullando el caos. Organizar la pérdida más allá de la tierra y el ladrillo. La herencia incluye aspectos como la sucesión emocional y patrimonial. Eugenio dejó las cosas atadas. Las dejó atadas y sus hijos las desataron. Algo sucedió que les impidió honrar su memoria. Gracias.
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