El asunto que hoy traigo a de soslayo no es una exclusiva, es ley de vida, tiene que ver con estar solo. O sentirse solo si no es lo mismo. Me explico: Por extraños me enteré de que es muy posible que me tenga que ir del Pueblo de Patricia. Pues si me tengo que ir de aquí iré allí, a Valencia. Viviré en Valencia. Del Pueblo de Patricia a Valencia hay la misma distancia que de Valencia al Pueblo de Patricia. Todo comenzó con dos y por extraños me entero de que a partir de ahora quizá volvamos a ser dos. La historia de mi esposa y la mía. ¡Hay que joderse, por extraños me tuve que enterar!. Acepto la ley de la vida, o de la muerte, la acepto como es, no como quiero que sea. La soledad es la que es y no es buena ni mala ni peor: es la vida. Y, como mi esposa y yo vivimos en paz con nosotros mismos (el remordimiento), no hay mayor bienestar que esta soledad, la soledad impuesta: la única que enseña a discernir y abre la puerta a otra realidad. Algo se me ocurrirá para vivir esa otra realidad (sin intimidación). No estoy solo si mi esposa está conmigo. En adelante nos dedicaremos a amarnos por todos los rincones de los años que nos queden por vivir. Y no tendré problemas para que mi esposa me permita destinar unas horas de sobria quietud para leer y escribir. (Jamás, y si digo jamás, quiero decir nunca jamás, dejaré de pensar que lo único que vence a la muerte es la vida, la vida de los hijos. Lo tengo escrito: si algo termina, necesariamente algo comienza). Gracias.
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