Nadie pregunta por ti, nadie te conoce, ni a mí, pero a mí nunca me conocieron. Nadie nos conoce. Apenas somos miradas fugaces de soslayo alejadas por el camino de las encrucijadas. Ni poco ni mucho, ni todo lo contrario, también viceversa. Ni tú ni yo somos poetas del arte de lo posible por no haber intentado lo imposible. Como una pitonisa que adivina el pasado, pronostica con certeza lo ocurrido y se queda a esperar que le sonría el futuro; el poder de los años, la muerte, por ejemplo. Fuimos parecidos por dentro, pero desiguales por fuera: tenemos principios y valores, pero tú, si no te gusta lo que ven tus ojos, como Marx, Groucho Marx, tienes otros. Te adaptas a lo que sea que te vaya bien, y cambias lo que haya que cambiar si no te gusta (o les gusta). Vives de las apariencias y no tienes ruta propia. No hay tempestad que retrase su hora, ni hecho que cambie su designio, todo lo planificaron por ti, mientras palpitaba tu corazón resentido. No trazarás una ruta alternativa, pero no quebrarás mi brazo. Pragmática como un bombero, estremecedora como una suegra, interesante como un libro (la cultura), sin opción eres inexistente. Ante tal escenario, como una masa de borregos, huérfana de amor, te perderías en Les Seniaes. (Qué será de ti ahora, sin tu nombre, indocumentada. ¿Serás lo que siempre fuiste? Una niña malcriada). Gracias.
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