Ayer, Patricia y yo fuimos a votar. Patricia me acompaña porque veo mal y no distingo la papela y ella me la escoge. Perdón, a mi familia la democracia no llegó, tendrán que esperar a que descanse en paz. A Patricia, y a toda la familia yo les preparo las papeletas. No es democrático, lo sé, pero yo tampoco soy un demócrata. Votamos y después fuimos a casa a tomar café y a hablar de mis nietos que andan estresados por los exámenes finales, no de quién ganaría las elecciones. Era domingo y Él, Jesús el Cristo querría manifestarse. Y quiso manifestarse a las 11 de la noche por boca de los medios de comunicación: ganaron todos y perdieron unos más que otros. Como sucedió con Martha, la hermana de Lázaro, algunos no les alcanzó la fe para ganar. Yo sé que Jesús el Cristo solo quiere que vayamos a misa y nos queramos como Él nos quiere (si todavía nos quiere), que seamos buenos y poco más. A fin de cuentas, cada uno hace lo que quiere. Después de tomar café con Patricia y luego de irse, pensé que seríamos la misma vergüenza antes y después de votar. Lo son ellos, los que se presentan, y los que les votamos y no les exigimos responsabilidades. El día de ayer nos jugábamos mucho, ya casi todo se gobierna desde Bruselas, y la abstención da para pensar que no nos importa Europa. El tema es decisivo, desgarrador, si como votantes no nos comprometemos: simplemente comprobar qué hacen con nuestro voto. Se teñirá de oscuridad nuestro futuro, seremos más pobres, sin dignidad y sin derecho a una vida mejor, sin decencia y sin decoro, o únicamente a una mejor vida. Gracias.
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