viernes, 16 de noviembre de 2018

Tú no dejes de quererme.

No fue un descuido o un asunto inaplazable lo que me obligó a pasar por tu casa, quería saber cómo te encontrabas y eso es todo. Y me gustaste, cambiaste de look y te sienta bien, como los años cuando sientan bien. De cuando en vez conviene cambiar de look como tú o de cara como yo. De actuar como los dos... ni nos miramos de soslayo. Tengo escrito que no me gusto como soy y puse ejemplos, pero son ejemplos que suenan a disculpas, porque realmente soy un caso perdido, tal que un genio estrambótico de la estrategia, inigualable en el ejercicio de las oportunidades, tremebundo verbalista. Procreador de amigos: "como siempre tú haciendo amigos", me decía una amiga ida. Si yo me doy lástima de amigo, ¿qué te daré a ti? Y una pregunta lleva a otra: ¿qué opinas de mí ahora que sabes que nunca dejé de quererte? Si soy un caso perdido paz a los restos y amén. (Te aseguro que vivir la edad de los consejos es jodido). Imagino que no tendré noticias tuyas, pero si las tuviera te aconsejaría (y dale a la rueda) que recurrieras a alguna socorrida frase hecha: "que cada cual se lama sus heridas y cante su canción". Y sin embargo, te adoptaría como hija política... Disculpa, a veces creo que mi comportamiento es una milonga a la desfachatez, a la virulencia ética y a ése aquel que estremece. Digo que nunca dejé de quererte, o sea, te sigo queriendo, y también digo que nos quisimos, entonces, si tú me sigues queriendo, ¿qué nos impide mantener una relación de amistad donde la confianza no brille por su ausencia? Comenzaríamos por plantearnos como tarea urgente enfrentar los hechos a la verdad modificando conductas y dejando al margen las peores influencias. Tú no dejes de quererme. Gracias.

1 comentario: