Antes de que tu palabra fuera fruto de mi inspiración ya formabas parte de mí, Flor de María, y aún no lo sabías, pues ante la confusión que provocaste en mí con La Bella te reíste sin aclararme que La Bella era tu nieta y no la Estrella del Alba... Y yo qué sabía si torpe de entendederas tú tampoco me desenredaste y lo tuve que sacar en consecuencia; pero tú te reías y para mí era suficiente. Tu risa alimenta mi alma. Ese día llegué a pensar que eras la María; la María siempre me acompaña. Ese día o desde ese día... No tardé en darme cuenta que eras la mujer, la dama, la musa que desde entonces renombro en de soslayo. Te hospedaste en mi corazón, justo donde creo se encuentra la felicidad: mi estado de ánimo depende en parte de la felicidad. Y desde entonces vives en mí como un poema, y lo comparto como la mayor de las riquezas (quien no sepa compartir no debe tener riquezas). Flor de María, si en un descuido hoy entras en de soslayo y me preguntas qué día es, yo, como tú, yo... Sabes qué, cuando tu ausencia se me hace insoportable me adentro en Les Seniaes y en el atajo que lleva tu nombre te imagino con tu poncho deshilachado sentada en tu hamaca al véspero y platico contigo como si estuvieras de las nuestras cosas: poesía y otros libros, la vida y sus caprichos, la salud, la familia, los hijos, los nietos. Y no digo que no estés porque yo tampoco sé o no quiero explicarme. Flor de María, me haces inmensamente feliz al considerarme amigo. Gracias.
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