miércoles, 11 de abril de 2018

Ansiedad. La mía.

Dije que traería mi ansiedad a de soslayo y aquí está. No puedo hacer nada para evitarla y me está matando. Amén.

La dama que no me deja ir está empeñada en controlar mi ansiedad. Le contesto que ya me gustaría. Y ella dale que eso lo arregla ella en un santiamén. Como venimos de Semana Santa y es muy religiosa todo es posible. Pero sí, no me quita las pastillitas de colores. Así cualquiera. Con pastillitas de colores como si a un parado le ofrecen un puesto de trabajo con un salario digno que le llegue a fin de mes y un horario que le permita ver la luz del sol. Así cualquiera.

Oiga usted, no se engañe ni me engañe. Yo se lo explico: Para llegar al pueblo de Patricia hay que salir por un ramal de la autovía y pasar un puente, son más o menos dos quilómetros, pues bien, en el mismo ramal cargo la ansiedad, pero no solo la mía, la de toda la vecindad. Y cuando llego a casa tartamudeo si me encuentro con alguien y tengo la obligación de hablarle porque, triste de morir, me confiesa que esta vida no la soporta... Y me hace daño. ¿Para qué quiere uno enemigos si tiene amigos? Como si no tuviera bastante con lo mío. Son personas que hacen daño desde el victimismo. Hay personas que hacen daño a sus seres queridos infringiéndose daño a sí mismas. Y qué ganan, se preguntará... Yo me hago la misma pregunta. Cada loco con su tema. Alguien me hizo mucho daño y ahora me mata la ansiedad. Salgo de casa y estoy muerto y solo al volver resucito cuando me enfrento a la pantalla de mi ordenador que me ordena y escribo el día en mi impagable soledad. Sin olvidar las pastillitas de colores que usted me receta...

(Lástima de alguien). "En los triunfos anida siempre el cauteloso germen de la derrota". (Camilo José Cela). Gracias. 

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