Diría que es la hora de volver a la verdad. De aceptar la realidad. Soy viejo y estoy enfermo. Me veo incapaz de mejorar mi estado de bienestar. Necesito ayuda. Y en adelante no espero que vaya a mejor. Mi salud empeora con los años. La coyuntura que vive el país es penosa y lo peor, a escasos tres meses será más dura que ahora. Me falta fe.
Algunos países devalúan la moneda y esperan que las cosas vayan a mejor. Y van. Desde que España es Alemania no devalúan la moneda. España devaluada. Los viejos somos más viejos. Los enfermos más enfermos. Los trabajadores con empleo más pobres. Los parados más parados. Y más: los datos que nos ocultan tienen que ser catastróficos. De hecho los porcientos de las encuestas lo son. No sabemos a qué atenernos, pero las cosas van a peor, hasta el punto que los sábados de fieles difuntos serán los mejores días de la semana. Ya no habrá lunes de esperanza, ni viernes de fiar, ni siquiera un día al azahar para soñar. Desolador el panorama.
Otras generaciones con otras políticas sociales y de empleo quizá; pero en este plan de vida que llevamos ya digo que nadie llegará a viejo y enfermo. Lo bueno que somos humanos y tampoco alcanzaremos el déficit público. No imagino las consecuencias, ni viene el cuento al caso porque estaré muerto y no será de viejo o enfermedad. Mientras, los que nos gobiernan ahora y después, sean quienes sean, implacables se ríen. Maldita la gracia que tiene, pero se ríen.
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