Hubo un tiempo, y tal vez lo tenga escrito por ahí, que para mí era más fácil odiar que amar. Dije lo que sentía. Lo creía. Sentir y creer y decir y... Si sentimientos no conviene quedarse con ellos más allá de la muerte. Hoy de paseo con Ian y Patricia por les Seniaes nos encontramos con un abuelo de anoche y más ilusionado que una noche de reyes le pedía perdón a su hija aún en el hospital si de alguna manera podía llegar a querer más a su hija que a ella. Y yo, porque soy igual por dentro que por fuera, le dije con palabras pendencieras que no pidiera perdón a su hija por querer a su nieta: culpable el amor sino su hija. Un abuelo no pide perdón por amar en los años altos. Digo abuelo y digo cualquiera que viva los años altos consciente. De pocas palabras y de menos presencia en las calles del pueblo de Patricia le dejé en plan si darme dos hostias o que María, la Magdalena, me ampare. ¡Pobre hombre!.
Con el comentario que viene al caso aparece la pregunta: ¿dónde habita mi odio de siempre? ¿Odiar para mí más fácil que amar? Si un día fui partidario del odio pido perdón, hoy solo reconozco el amor. No quiero ser esclavo de nada y de alguien ni lo considero. Si alguna vez nació el odio en mí no sé. Y si lo heredé, dicotomía, esquizofrenia, si fragmentada mi mente allá él, no pienso morderme la lengua más. Si por odiar la resignación, los muros, las fronteras, el hambre, la guerra, o la usura de los poderosos. No volveré a ser víctima de ningún victimario. Si descubro una huella alguien pisó cercano a mí y no me pasará de soslayo. Si odio requiere un sentimiento de muerte ajeno a mí. Si descubro una huella será santa poesía. No hay otra en mi vida. Solo sé lo que es amar.
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