Desde que me conozco hace mucho, mucho tiempo, no me he visto derramarme en elogios por ningún espurio líder político; no me he visto escribir, sino al bendito amor, a la defensa de los derechos civiles, laborales, reclamo de obligaciones; no me he visto apoyando a maltratadores de ningún tipo, de género, ¡cobardes!; no me he visto alejado de la lucha solidaria contra los peores empresarios amigos de Rajoy y los aplicados aprendices de las administraciones públicas; no me he visto negar causas perdidas, esas me apasionan especialmente. Soy un insurrecto y mi paciencia no conoce límites. Si sigo me vomito. Joder, dona: ¿A qué viene tanta chulería? Ay, me quiero demasiado. (Oye, para estar tienes que incluir compañerismo en la vida cotidiana. Te enseñé, pero no a cambiar las partidas presupuestarias ni a mover los registros que dejan rastro, no sé si me entiendes... La mano que da de comer. Gracias. De nada). La enemistad, el abuso de poder y tanto discrimen. (Quiérete como yo me quiero). De querernos depende la estabilidad que da paz al alma. Salud mental. La ignorancia impide florecer la fraternidad. Ponte en valor. Reconoce derechos y no prestes atención a quien se le caen las flechas al andar. Llegarán esas, las consecuencias, y perderemos todos, pero sí, unos más que otros. (Uno ya solo mira a las personas que ama... ¿Por qué no mirar a todas? Porque todas no son más que el velo que se echa a un lado para clavar el puñal por la espalda). Gracias.
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