No hay distancias que limiten tu voluntad, ni apelaciones que varíen tus decisiones, ni oponentes que frenen tu inquietud; no hay tempestad que retrase tu llegada, ni incidentes que cambien tu fin: absolutamente lo tienes todo organizado con la única idea de alimentar el odio que anida en ti. Tu odio no hace daño sino a ti. Y ahora tan ida de mí como un trastorno bipolar sin eximentes, tan perdida en la memoria como el "piquito" de amor que nos dimos en la fiesta de tu hija. (¿A qué tienes miedo? Súbelo a las redes). A quién se le ocurre cambiar odio por amor. Ni Hades gobernanta del inframundo ni Lucifer ángel caído. Nunca fui tu enemigo. Tus peores enemigos no son de este mundo terrenal, son del inframundo, del infierno, tal vez. Dímelo tú. O si quieres te lo digo yo que te conozco bien: tu peor enemigo eres tú. Pero eso ya lo sabes desde el día que te miraste al espejo y no te reconociste. Esconde la peor versión de ti, ponle rostro a esa mujer en la que te convertiste y no vuelvas a acercarte a mí ni a mi familia. Jamás digas lo que fuimos el uno para el otro. Desde el puente de hierro hasta el cementerio, que se sepa que tú y yo nunca tuvimos nada en común. No te conozco. Corre la voz. Culpable por ignorancia, por cinismo o por rencor. (Peregrina de la vida y el amor, mira al cielo y pídele a tu Dios que te sane el odio que te está matando). Gracias.
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