Permanece en mí, quédate conmigo. No me inspires, por favor, de nuevo la venganza de los ejemplos. No volvería a ser tan dulce venganza. Permanece en mí, quédate conmigo, o cerca. Quiero soñar contigo; quiero que seas mi libertad. No pienso perderte ni echarme a perder como viejo eremita. Permanece en mí. Pero si no quieres, o quieres olvidarme y que te olvide, no celebraré por ti el duelo, ni justificaré tu ausencia diciendo que apenas fui algo para ti; sería mentir. Fui mucho para ti, y lo sabes. No seré un triste, ni sentiré lástima. Tampoco seré lo que tú quieras que sea, sea lo que sea. ¡Joder, no entiendo ese sinsentido; esa moda de homenajear la muerte, celebrar el llanto, justificar la ausencia!. No permanecerás en mí a distancia. Y no me interesa resolver misterios: ¿De dónde ha salido ese demonio tan dispuesto a inundar de dolor todo aquello que se acerca a ti vestido de amor para quererte? Cada recuerdo tuyo es un arrepentimiento cristiano. No pienso perderte, pero tal vez sea mejor que te vayas (si no te has ido). En cualquier caso te esperaré, porque querer, te seguiré queriendo... Gracias.
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