Sucedió ayer tarde cuando en agradable tertulia a tres amigos oí decir desde la mesa de al lado en la terraza de un bar que (si lo que emerge de mi teclado aparece con todo lujo de detalles creo que soy Arturo Pérez-Reverte e imagino mi nombre gravado en un sillón de la RAE y me quiero más) desahuciado de la ciencia uno miraría al cielo y a modo de reproche: "Dios mío, por qué me has abandonado". Otro no. Y el tercero quería hablar de fútbol porque era más sugestivo y menos lagarto.
Yo, con una copa de vino en la mano (con lo que me gusta el vino y no puedo ni mojar los labios: que al menos la dama que vela mis sueños no me prohíba el café y las pastas de té), y para mis adentros, llegado el día que ha de llegar, y a pesar de mis antecedentes agnósticos, no digo que no miraré al cielo aunque sea de soslayo. Viene entonces la sabiduría del pueblo a la tontería: "de este agua no beberé". (Si subestimas a Dios allá tú, pero no subestimes el amor de Dios por ti). Gracias.
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