domingo, 10 de enero de 2016

Así nomás.

Una amiga agradecida de un comentario me obliga a reflexionar sobre lo bueno y lo malo que hay en mí. No tengo otra cosa qué hacer a no ser que me de por ir a misa y malo sería, me pongo a ello. Y soy sincero: he de confesar que desde que tengo conciencia, poco o nada he cambiado. Soy el que fui cuando se esperó más de mí y por cobardía, miedo o lo que haya sido, me di a la fuga perdiendo la ocasión de ser mejor. A estas alturas de la vida no pienso darme puñetazos en el corazón. Estoy sujeto a los cambios, pero ya digo que lo estupendo que supuestamente hay en mí, me cansaría y no me hará cambiar. Solo el amor.

Como ser humano que siempre procedió de manera correcta a sabiendas y no lo contrario, a pesar de los pesares, me fue bien. O muy bien, según quién me mire. Ian cierra los ojos y está solo, como Aristóteles, que sostenía que hay algo que cambia y algo que no cambia, como la ética o los principios morales, “el sujeto del cambio”, porque en el cambio accidental, lo que se modifica son los atributos. Ian, como Aristóteles, tienen más futuro que yo.

A una amiga agradecida le digo que escribo lo que me sale del alma, del corazón o de mi mente absurda. A veces todo se confunde y es cuando pido amparo a la María que siempre me acompaña. Nunca me movieron intereses espurios o descarados y no dejé sin observar de soslayo la decencia del camino. Amiga mía, eres un ejemplo de dignidad para mí, y espero seguir contanto con tu amistad. Un beso y un te quiero y la salud que no te sea escasa. Muchas gracias.

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