Lo sabía, mi existencia no es diferente por más que la sueñe de colores: Sí, efectivamente, ayer fui a las rebajas. A Dios gracias fuimos a la trapería de Kristel, ay, pero en sus cuartas rebajas ni perchas en los colgadores. No importaba, los probadores a tope. Sin ropa, la gente se ponía una y otra vez la misma prenda. "Te viene grande, no insistas". De locos. Lo suyo, que era lo nuestro, solo comprar un algo para encima que el domingo es la fiesta del pueblo, San Antonio. No tengo ni idea lo que es un algo para encima, sé que me costó cuatro horas de escaparate y probador y volver de vacío. No quedaba un algo para encima.
Sabía también que me perdería para ir y regresar. Las carreteras son iguales y las calles de Valencia una competición de llegar a tiempo por cuatro carriles en una misma dirección. Todos sabían adónde ir van menos yo.
Con el primer amor uno nunca se pierde. Lo digo por si tiene algo que ver. El amor que soñé o los años que me sobran. Lo de ayer más que unas rebajas fue ir a los confines de un mar en busca de un tesoro o un camión: ¡Mátame camión!. No merezco morir de esa manera. No vine a este mundo a llevarme la vida por delante como el último bohemio cuando vendió su guitarra en París en mayo del 68. No quiero rayar la melancolía: si me voy será para no volver. A estas horas de la madrugada la erosión de mi rostro lo dice todo. La blanca palidez de la muerte.
La ansiedad y la depresión tienen su origen en las rebajas. Es una epidemia silenciosa que te come el alma por dentro. Me ataranto, pierdo el control y el rumbo. Todas las traperías son iguales. Y las calles y las carreteras. Y la niña de mis ojos que ni siquiera me despedí de ella. O sí. Necesito paz interior. No volveré a Valencia.
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