Se nos da de perlas no hacer aquello que sabemos que debemos hacer, o retrasarlo: no queremos; querer, no quiero, y, sin embargo... Tal vez podíamos alegrar el día al maligno... Con el maligno no conviene hacer tratos. Si existe. Dios existe y es sanador, inspirador y más que viene al caso cuando los desatentos... Ay, los desatentos de sus obligaciones. Sabemos que el maligno es hijo de Dios. Y tiene su encanto: nos obnubila y hace lo que no queremos hacer con todas las consecuencias. Si creemos en Dios, debemos creer en el maligno, y nunca olvidar que es su hijo. Como existe el bien y el mal. La dicha de Dios tiene su origen en la desgracia, y cuando todo se complica y no aparece el consuelo, Dios nos acoge y nos devuelve la motivación y nos llena de amor y esperanza. Nada está perdido. Que lo sepan los desatentos, que sepan que nos ama y ve lo mejor de nosotros y no nos abandona. Pero si prendado en la belleza de la Magdalena se distrae y no nos asiste (a veces por amor, no se entera), atenta la Magdalena nos envía los alimentos, aunque el maligno los cocina. (Sé lo que sé, y lo que siento). Y aparece la pregunta: ¿Somos como nos ven o como otros logran que nos vean? Atentos los desatentos. Gracias.
Qué buenas las palabras de Mandela.
ResponderEliminarRealmente lo son. Gracias, Tracy. Beso.
ResponderEliminarSalud.