Hay quienes solo utilizan las palabras para disfrazar los sentimientos. No hablo de Kristel. Kristel es una persona de nuestro tiempo, con asuntos inaplazables, quiero decir. Pero siempre tiene un minuto para llamar por teléfono y preguntarme por la salud, y por la salud, y la vida en general de su madre. -Todo bien, amor-. Y entonces le devuelvo el sentimiento agradecido: -¿Y Diego en su primer día de cole? Cuéntame algo de Diego, de Alfredo, de ti. -Muy bien, papi-. Kristel me sigue llamando papi y no es por no mancarme. Mancarme, ya me manco solo. Me llama papi porque es una hija agradecida. Ella tendrá sus razones. Kristel me da las gracias sin venir a cuento, no necesita disfrazar palabras de agradecimiento, las siente. Kristel me quiere, nos queremos y nos lo recordamos cada día. A veces uno solo tiene un sentimiento agradecido. Y voy a explicarme:
En los años altos no estoy demasiado enfermo, tengo achaques, los normales para mi edad, pero estoy demasiado enfermo para la sanidad pública. La dama que vela mis sueños se jubiló el pasado año, y no me han asignado otra y llevo dos veces entrando en urgencias. Ahora que mi salud y la sanidad pública se pusieron en mi contra, ahora, asoma la pregunta: ¿Hasta cuándo resistirá mi mente absurda y las seis neuronas que me quedan? Los pacientes crónicos no interesamos al gobierno. Kristel lo sabe y me agradece existir cada día. Besito a Diego. (Los agradecimientos póstumos son una decepción). Gracias.
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