Trufa, es una perrita que apareció en mi casa: "es cosa de una o dos horas". Eso me dijo Patricia. También me dijo que no me molestaría. Si no dona, y está muerta, me molesta todo lo que ande a cuatro patas o a dos. Pero en fin, tenía pensado subir al desván a buscar una caja de madera en la que guardo papeles, cartas de otro tiempo y otra vida. Y alguna fotografía. Quería tirarlo al contenedor y hasta luego, Lucas. Y subí, trufa, no iba a alterar mis planes, y encontré la caja. Le eché un vistazo así, por encima, y no había nada de valor que mereciera una pena. Al contenedor. Pero al bajar la escalera tropecé con trufa y de cabeza al rellano. Pues anda que tengo yo la cabeza como para bajar la escalera de golpe. Cuando llegué me palpé entero y milagrosamente todo estaba en su sitio, mi mente absurda también, y como si no fuera con ella la cosa. Qué menos que unas palabras de consuelo. Mi mente absurda lleva los arrebatos con la conciencia tranquila. Eso sí, el contenido de la caja quedó desparramado por el suelo, y si tenía que suceder, sucedió: Al desparramarse se confundieron los papeles y lo demás, y entre tanta confusión recordé hasta quién era. Joder, dona, qué distinto soy ahora. (Vaya, esto se alarga, mañana vuelvo). Gracias.
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