Sobrecargado de vivencias y víctima fatal de una colindancia ubicada en una lamentable realidad. El lavado de sentimientos marcados por la injerencia ilegal del espíritu y su efecto en el ejercicio de escribir. Escribir para despertar la atención de los torpes de entendederas. Nada ha cambiado, así que asumo la responsabilidad por los inadecuados decires influidos por la pobreza del mundo (otro terrible descuido de la María) y la mente absurda de quien, al escribir el día que le gusta vivir, creyó vivir la realidad. Mis días son irreales. Y justo ahora que ando como la inmensa mayoría de los vencidos atrapados en el arte de lo posible en algún mal menor y otros versos, es cuando más necesitamos atizar a los torpes a través de la literatura y no al compás de una marcha patriótica con su bandera. Es natural y lógica timidez escribir el día como soneto de una verdad, o el poema de un ensayo vertido con esmero y algún adjetivo en una crónica de vida. La gran fortuna de alguien como yo está en creerse lo que escribe. Me hubiera gustado tener el talento necesario para motivar, incitar a alguien a pasar unos minutos en de soslayo y volver. Quise ser militante de una amistad con vocación de seguir, con vivencias propias y ajenas, más que de andar vendiendo elogios, saludando ausencias, justificando olvidos. Confieso que no hace tanto mi vida se iba yendo por decorados oscuros, porque los ruidos, ese terrible dolor de cabeza y esas voces. Porque el amor me esquivaba. Menos mal que ayer, inocente como un niño, le hice una propuesta por escrito a la vida: "Hola, vida, te debo mucho, si te parece, si me perdonas, olvida que hubo un día que te negué; que comience una nueva relación entre nosotros". Y la vida dijo sí. Gracias.
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