Una mujer es criatura encantadora y sin ella, mi vida, cuando menos sería aburrida. Y, sin embargo, la convivencia diaria es otra cosa, me atrevo a decir que tormentosa. Hablo de mi esposa: mi esposa me reclama un nivel de paciencia y tolerancia excepcional. A esto de cumplir las bodas de oro, creo que aún me quedan por describir chaladuras de mi esposa que puedo intuir, pero no entender. Que el futuro iba a ser complicado cuando nos propusimos ir juntos por la vida no levantaba dudas, desde el principio era certeza clara... Por ejemplo, el jardín: en el rincón del jardín donde yo quería poner la caseta de dona, ella plantó una mata de hierba rodeada con piedras rotas que se extendían hasta donde pedía a gritos sembrar rosas rojas. El jardín siempre fue causa de polémica, y aunque solo fuera por dona, no quise dejarlo correr, pero corrió: en él convivieron en promiscua vecindad arbustos, malas hierbas, y una parra muerta más que agonizante. El jardín a poco más nos divorcia. Luego dona murió, y sin dona, ay, dona... Joder, dona. (Es rigurosamente cierto que los polos opuestos se atraen). Gracias.
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