El cielo luce oscuro, está encapotado, nublado, amenaza tormenta. El cielo derrama lágrimas. Nunca debí subir a los altares a una dama sin ser poesía. (Mario Benedetti sabrá qué hacer conmigo). En vez de interesarme por sus intenciones, la elevé a los altares por amor. Tan absurdo como volver del pasado a ningún lugar. Acepto el dolor que me cause otra decepción. A cierta edad, uno no debiera dedicarse sino el amor y amar. Aunque me motivó el amor (me consta). Puesto que sé el origen de lo que no debió ser, vencido, regreso a mi mundo. Me utilizó para sin prisa dedicarse a sus asuntos urgentes: hipocresía altruista. Nomás. Aún recuerdo sus ojos y aquel beso. La miré a los ojos, la besé, le di palabras de empoderamiento y orden y me devolvió desapego y desdén. Y aunque sigo de lleno metido en su cabeza, no estoy seguro de que lo sepa y volverá a causar los mismos horrores y cometer errores propios de los que nunca aprenden. Me obligo a bajarla de los altares donde impulsivo la elevé. (Jamás será dama de la poesía, ni musa, ni mujer de palabra. Aunque de simpatía va sobrada). Gracias.
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