De estar confinado en casa y sin ruido. De tanto silencio. De imaginar lo que puede pasar. De no saber adivinar. De no creer en los milagros. De recordar no haciéndome daño. Y de seguir en ese plan nocivo estoy a un verbo de hacerme el haraquiri. Esto acabará mal. La culpa mía no será por no saber las consecuencias que acarrea una pandemia modelo coronavirus. No me quito de la cabeza el coronavirus. Ni el presidente del gobierno -según parece- que ya cabe en el bolsillo de su pantalón. Los nutricionistas aseguran que un Estado de Alarma confinado en casa equivale a un sobrepeso de cinco kilos y un Estado de Alarma de aquí para allá equivale a lo mismo pero al revés. Me chifla la política, y de toda la vida quise ser presidente de gobierno, pero en tiempos del coronavirus no quiero. Ni jefe de la oposición. Ese partido de tres letras que no me entra en la cabeza ni lo nombro. Mis anhelos políticos se iran con el coronavirus. Dije nutricionistas y quizá sean psicólogos. O los dos. Unos y otros saben y cambian las maneras de ser y comer. Pero no saben apenas si no viven la vida de cada cual. Gracias.
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