Unos amigos de mi esposa (creo que mi esposa quiere que me relacione más allá de mi compañía telefónica y la fibra) nos invitan a tomar un vino en el bar y cenar a su casa. Como si estuviera para celebraciones después de ayer. Me gusta el vino como me gusta Shakira, pero sé que los dos están fuera de mi alcance. Y mi interés. Los amigos de mi esposa son de buen trato, no lo niego, como no niego que me aburre salir de casa si no es con Patricia y Kristel. Soy como soy y de viejo no me apetece cambiar. No estoy orgulloso de gente que llegué a querer porque con el tiempo todas fueron grandes decepciones. A pesar de reconocer que las culpas fueron mías y no de la gente que llegué a querer. No puedo gustar a todo el mundo ni viceversa. No como otras que se aferran a lo extraordinario para ocultar lo ordinario que acarrea daños y perjuicios ¿? Vivo en mi impagable soledad y me dedico todas las horas que mi familia me permite. ¿Para qué más? Y ahora que me conozco mejor; ahora que sé que hay recuerdos que duelen más que las heridas. Ahora, perdón, la santa poesía explica mejor estas discusiones que la sociología y sus tratados pero si hablo de mí, el futuro fue ayer para la amistad. (Y no exagero). Gracias.
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