viernes, 4 de octubre de 2019

El dilema. (Viene del pasado viernes).

No voy dar en loco. He decido cambiar de compañía telefónica. Sin compromiso de permanencia, imagino que se pondrá en contacto conmigo en vez de un ordenador ordenado una voz encantadora para ofrecerme la mejor oferta. Pero yo no soy de esas, cambiaré de compañía telefónica y ahorraré un dinero que bien me vendrá. De hecho ya cambié. La voz encantadora que me hizo la portabilidad hablaba tan deprisa y corriendo que me perdí entre gigas y megas y llamadas infinitas. Ojalá que no me tenga que arrepentir. Es todo. Todo sería si lo fuera pero no porque mi teléfono no quiso a hablar con Kristel. Y eso sí que no. Pensé que en Valencia podía estar orbayando un poco y llamé a Patricia desde el portal de su casa pero tampoco. Entonces llamé a mi esposa pero no estaba... ¡Santísima!. Y apareció el dilema en busca de la conclusión: como Sánchez, o compraba otro teléfono o compraba otro teléfono. Y sí, compré otro teléfono, azul romántico, ay, para dar el cante. Gracias.

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