Llegar a viejo es un privilegio por haber vivido la vida de antes, la vida de ahora y la vida de después. Los viejos inventamos el pasado, el presente y el futuro. Y el porvenir que no llega. Los viejos reconocemos a un constructor corruptor de políticos antes de que llame a la puerta. Y a un monseñor ya me entienden (siembren dudas y échense a dormir la siesta). Cuando a la dama que no me deja ir le explico con todo lujo de detalles lo que pasó hace ahora mil años, y que lo viví, y que además toqueteo el futuro (la dama que no me deja ir se irá sin haberse ido antes de que yo me vaya si me voy... Se irá como se irá la primavera. Como se muere el amor) y le aseguro que como sociedad nada hemos avanzado, me contesta que estoy mal de la cabeza ¿? Estudiar tantos años para llegar a la conclusión de que un loco es alguien que está mal de la cabeza... Ay, qué despilfarro de dinero y qué pérdida de tiempo, ni que fuera político y no alienista. Los viejos llegamos donde queremos: somos brujas con escoba, adivinos, clarividentes, sacerdotisas, pitonisas... Somos la mismísima sentencia de Jorge Guillén: "Ya te lo decía yo. Era imposible el olvido. Fuimos verdad. Y quedó". (Daría lo que no tengo por saber qué quedó). Gracias.
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