domingo, 23 de septiembre de 2018

El otoño es la muerte (II).

De la sabiduría popular recuerdo el dicho: "Mientras más gente conozco, más amo a mi perro". A mi perro muerto, dona, ay. Mientras más personas conozco -excluyo a Flor de María-, más pongo a prueba mis creencias, mis amores idos, mis dudas. Hace tiempo diría miedos, pero las pastillitas de la dama que no me deja ir ha convertido mis miedos en dudas. Y me hace pensar si soy bendito o maldito, o simplemente estúpido. El humano ser tiene la capacidad innata de hacer daño a los más débiles. Comparable a la capacidad que tiene el hombre y la mujer de amarse. Si de cuando en vez dudo es por ignorancia o porque en realidad siempre he querido creer en la amistad a pesar de las decepciones. Un domingo de ir a misa y decir la verdad me traiciono, y, como tengo escrito, la politiquería de andar por casa llamará a mi puerta y la dejaré entrar (porque tú lo has querido), me arropará el onirismo y me convertiré en lo que nunca quise ser. En estos mezquinos tiempos me meteré a visionario de mis caprichos. (No comprendo cómo dejas escapar una vieja canción de amor entre las manos). Y Jarabe de Palo canta: "Si no te hablo será porque no quiero volverme esclavo de mis palabras. Si no te hablo será porque prefiero ser el dueño de mi silencio. Créeme si te digo que es mejor así; que no hay cielo sin estrellas ni un principio sin un fin". Gracias.

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