viernes, 26 de agosto de 2011

El espejo

Ayer, mi esposa tenía un día de asuntos propios (José M. Maravall) y se fue a Valencia en busca de alguna trapería de final de rebajas, y como la ciudad no es para mí, yo me quedé en casa escribiendo y aseando la esquina donde escribo; a veces creo que padezco el síndrome de Diógenes. Pueden creerme si les digo que detrás de la pantalla del ordenador había un espejo. Yo siempre supuse que allí tenía que haber algo porque de cuando en vez, pero siempre al encender la luz o darle el sol de la mañana, salían destellos de la pared y una pared no destella. Pero nunca me dio por pensar qué podía ser. Además mi neuróloga me dice que ojito con forzar la neurona, así que no le di importancia, y lo dejé correr. El caso es que luego de escribir un tema de vital importancia, decidí a asearlo todo, hablo de mi esquina, no de la casa; de eso alguien se encarga ¿? No sé. Fue cuando apareció el espejo. Entonces encendí la luz y me miré al espejo. Qué si les digo que me reconocí... y más, hasta me daba un aire a George Clooney el del café, para envidia de algunos (sin nombre, no quiero ofender). Lo que son las cosas, oiga, un día amanece y te deprimes echándole la culpa a los años y a algún descuido, y otro descubres que aún si te lo propusieras... En fin, también me di cuenta que era de noche y que mi esposa todavía no había vuelto de las traperías. Las rebajas de primavera verano en Valencia llegarán hasta el invierno, eso fijo. Les prometo, y ahí está don Mariano Medina que lo puede confirmar, que en Valencia hace décadas que no llueve, bueno, igual exagero un poco, pero sí desde que el buen señor se cortó el bigote por una apuesta estúpida... Cuando vuelva mi esposa de Valencia, seguro que no reconocerá mi rincón, pero sí a mí, que ella no necesitaba un espejo para verme... Algún día me tendrá que explicar por qué no me dijo sobre mi (gran, gran) parecido con George Clooney el del café.

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