"El mundo se ha vuelto loco". Lo crean o no, son palabras de la dama que no me deja ir. La nueva parece que se dio cuenta de que soy lo que ven sus ojos y se va soltando. No sabe dónde se mete. Yo no soy de muchas palabras cuando voy a verla (ni cuando me adentro en Les Seniaes: no soy de muchas palabras), pero ayer quise ser amable. Y pregunté (un día amable lo tiene cualquiera): "¿A qué cree usted que se debe que el mundo se haya vuelto loco? Buena la hice: estudió para saber. Y comenzó a largar un cúmulo de preguntas al buen tuntún. Probe mujer, vive en un qué. Si la dama que no me deja ir vive en un qué, cómo vivimos los que tenemos la mente absurda y dudas sempiternas. Los dos estamos para que nos encierren en el manicomio, pero eso no se lo dije. Siguió, y montó un pifostio y me dejó como estaba, que no era demasiado estar. Luego tomó una pastillita de colores y se marchó, como el Perales. Y regresó con otra pregunta y más para con ella: ¿Por qué nos sentimos ansiosos, o en ese plan de subirse por las paredes de impotencia? ¿Será el recuerdo de los seres queridos que no volvieron? ¿Será que comemos y bebemos mucho? ¿Será que dormimos poco? ¿Será que las palabras mentirosas frustran nuestras mejores intenciones? ¿En qué medida los sentimientos nos cambian la vida e influyen en nosotros produciendo un ánimo de melancólica como pasión inútil? (Y me fui antes de que me hiciera la pregunta del millón. Mañana sigo). Gracias.
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