Hay gente tan amable que cuando la máquina del parking dice buenos días responden gracias. No es necesario llevar a esos extremos los buenos modales pero a quién le estorba encontrarse con gente así en lo cotidiano. Hay territorios donde ese comportamiento es esencial. Sin ningún género de dudas. El entorno laboral, por ejemplo. Tener compañeros amables es un lujo gratuito. Vamos, que no cuesta nada. Cuando hay miedos o sufrimientos por el medio resulta imprescindible tener ante ti a alguien que se muestre cordial y comprensivo. Empatía más simpatía igual a cercanía. Y cómo se necesita a ese tipo de personas en los momentos más difíciles. No me refiero a la hipocresía adulterada del bien queda, tan abundante en ceremonias de duelo y flores contritas. Hay amabilidades impostadas, claro, sobre todo cuando se trata de vendernos algo. Pero, bah, todos detectamos al instante cuándo se es amable por carácter y cuándo por obligación. La amabilidad es una vía rápida al respeto aunque no siempre sea garantía de calidad humana. Hay canallas que fingen ser amables pero a poco que rasques desenmascaras su sombra, la que se lleva mal con la gente que busca algo de luz y comparte. (Tino Pertierra).
De viejo sé que para ser marxista hay que leer a Marx, Karl Marx, de ahí que por las urgencias revolucionarias se recurra al resumen de la poligrafía y a las frases hechas en modo proletario. La apostilla de Marx a Hegel señalando que la historia se repetía dos veces, primero como tragedia y luego como farsa, no perderá vigencia porque se legitima diariamente. Gracias.
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