Para bien o para mal, tarde o temprano (y vuelta al tiempo para aprender que no se debe perder), cada decisión tomada nos enseña una verdad. En la vida todo es hacer lo que el tiempo deshace, es decir, la vida, es la vida la que sabe, el hombre si sabe, solo sabe donde nace, siquiera sabe donde muere. Llevo días, por no decir años, con algún verso de divina salvedad metido en asuntos de corrupción. La corrupción ocurre en todas las desenvolturas de la vida, pero muy especialmente en la política de estos tiempos marcados por el cinismo y la desmemoria, por la pobreza de alma, la mezquindad de palabras y la escasez de ideas. (En toda circunstancia mantiene esos principios, la izquierda no marxista sin rendirle culto a ningún líder). La política rastrera de un pueblo, sin ideología ni líder, no teme hacer el ridículo, porque la oposición permisiva se conforma con el insulto a la inteligencia. Además, para mayor arbitrariedad, tiene la garantía de su irresponsable militancia. Un partido político gobernante, si llegara el día en que sus afiliados golpeados en sus bravuconerías, o al ver mermados sus favores de amigos de infancia, decidieran meter en cintura a su dueño, será el momento que el pueblo necesita, como buenos vecinos, y quizá mejores electores, crucificar la corrupción política para siempre. Uno sabe que en la constancia está el triunfo, y que todo se resume en resistir, y llegado el momento, sortear con aplomo la suerte adversa. (Y Mercedes Sosa, cantó: "Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo, estoy aquí, resucitando, igual que sobreviviente. Gracias, doy a la desgracia y a la mano con puñal, porque me mató tan mal, que seguí cantando. Cantando al sol, como la cigarra"). Gracias.
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