El confinamiento de ayer hizo estragos en mi mente absurda y me trajo a la memoria vivencias de otra vida y etcétera. Y hoy más de lo mismo, pero la vivencia es de mi esposa y el perjuicio parecido. Les dejo con la mayor decepción de mi esposa:
Tengo escrito por ahí que mi esposa está intentando dejar de fumar... Sí, mi esposa lleva una vida intentando dejar de fumar y creo que tendré que regalarle años de mi vida porque el médico dice que lo suyo no es físico sino psíquico. Dejar de fumar no es cosa de un día ni dos, dejar de fumar es no rendirse. Lo suyo es la fuerza de voluntad que no le llega para todo lo que quiere. La fuerza de voluntad de mi esposa la reserva para sus hijas y sus nietos y para mí más. Y para quien lo necesite. Mi esposa siempre está dispuesta para echar una mano y un brazo pegado a un hombro a quien lo necesite. Su experiencia no es poca. Recuerdo que salvó el ánimo depresivo que ideó el maligno para la amiga que cambió sus caderas de acera, salvó su ánimo depresivo y lo siguiente. Sin saber orquestar un plan supremo, su humanidad, su amor: sin amor todo es nada. Mi esposa es capaz de enfrentarse al maligno y vencerle en la antesala de la muerte: lo hizo más de una vez. Su amor es vida. Y lo fue para quien cambió sus caderas de acera... A veces la recuerda en su entorno familiar y una lágrima se deja caer por sus mejillas... Mi esposa es inmensa. Y yo el que aprendió en tierra firme y no abismal la lección que no da tregua ni se deja seducir. Hoy no me sale un verso, tan siquiera un silbido. (Tú que cuando te mira no la ves, que solo la ves cuando el viento viene de frente y no sabes porque no sabes ni aprendes ¿? Para abajo corre el río, y los que todo lo han perdido). Gracias.
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