lunes, 2 de marzo de 2020

El porvenir llamó a mi puerta. (Y dos y se acabó).

Ayer acosté el día con una pregunta: ¿Quién te escribirá el día cuando no esté? Pues bien, después de desvelar la noche y harto de pensar eché la vista atrás y recordé uno de los pocos episodios de mi vida que aún recuerdo. Y de bueno creo que de no estudiarse en las escuelas se debería estudiar... Vaya, precisamente en este minuto inconfesable del día se ha ido la luz. Vale pues el proverbio: "De aquellos polvos vienen estos lodos". Imagino que nadie le escribirá el día cuando yo no esté porque se irá la luz. De tanto escribir el día que me gusta he dejado de habitar esta realidad, y a pesar de saber que puedo renacer, como renací el día que descubrí el paraíso donde todo comenzó: Les Seniaes, sin musa ni amores idos por los que pelear... amor que no volviste. De tanto poetizar el ruido y tanto y tanto ruido, que es más que cualquier milagro conocido he dejado de prestar atención a la soberbia, la torpeza, el despilfarro, y en fin: al no saber ni querer aprender. Mientras llega el día (toc, toc) y la hora (tic, tac) dejaré la santa poesía y el bendito amor a la espera de una sentencia divina tal vez. Gracias.

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