"Más, oh amados, no ignoréis esto: para con el Señor un día es como mil años y mil años como un día". (Pedro 3:8-10). De acuerdo, pero religión aparte, ni un día ni dos, y menos mil años. Porque mucho amor en la tierra, mucho amor y más para con ello, y bla, bla, bla. De tanto amor solo aprecio el amor propio que depende de querernos a nosotros mismos y no tanto el amor de quienes están a nuestro lado en los peores momentos. No pidamos más. A pesar de saber que solo del corazón que ama nace la felicidad a la que todos aspiramos... Oremos pues, mientras dure este confinamiento que va para eterno, y recuerden que si llaman a la puerta puede ser el coronavirus que nos viene a tentar como tienta la muerte y las amigas idas.
Me viene a la memoria unos versos que cantaban los enamorados de antes que eran pura poesía recitada en los cuales se narraba la historia de una madre que al perder a su tercer y último hijo en la guerra se lamentaba, no por los hijos perdidos sino por la patria sometida: "lloro por mi impotencia, lloro por mi destino, porque para darle al pueblo, ya no me quedan más hijos". Por vivir o morir sabiendo que el coronavirus no acabó engullendo a la raza humana. Tanto gastar en armamento y no en ciencia, tanto gastar en recortes, y ahora nos está matando el no saber. (Este confinamiento hace estragos en mi mente absurda y me trae a la memoria vivencias ocurridas en otra vida con parecidas penurias que creí tener olvidadas). Gracias.
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