viernes, 27 de marzo de 2020

Duele el confinamiento.

Sin ser monja de clausura, algo que me viene rondando la cabeza desde antes del confinamiento, ay, duele el confinamiento y más no estar con Patricia y Kristel y mis nietos... Para no alargarme: lo único que me duele son las horas que estaba y no estoy con la familia hendida en el dolor. Confinado en casa con mi esposa, como el día que todo comenzó, dedico todas mis horas a leer y escribir. A leer más, pues cuando escribo me voy y miedo me da que la policía me devuelva al confinamiento y sin musa... Leo ¿y saben qué? Leo más la Biblia como Palabra de Dios que todo lo puede, que poesía que me da vida. Vida aún me queda y como pueden imaginar temo por ella y quiero mantenerla pero me falta la Palabra de Dios porque la poesía no explica la magnitud del estropicio que vivo. Esta vida que vivo ni en sueños. Esta salud que hoy sí y mañana si amanece. Este mundo está patas arriba y tenemos que ser más solidarios. No crean ustedes que este viernes me salió a vuela pluma, me instruí en mis libros de autoayuda. También llamé a la facultad de sicología que estaba cerrada. Y la bruja de la bola que tampoco. ¿Tenemos que morir? Esa es la pregunta. Pregunta sin respuesta porque la atención al cliente con Dios tiene una lista espera de doce rosarios. (Aclaración para ateos: similar al desespero para hacer el test rápido de coronavirus). Gracias.

2 comentarios:

  1. Espero que estés bien.

    Un saludo.

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  2. Lo estoy. Yo también espero y deseo que tú y los tuyos estéis bien. Gracias.

    Salud.

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