Yo no soy de mucho recordar, pero a veces, y sin venir a cuento, aparece un recuerdo y me dan ganas de emplear la fuerza bruta -escrito queda que yo no ataco, contrataco-, para que regrese al sitio de donde nunca debió salir. Olvido o manicomio.
Algunos recuerdos los olvidamos y otros nos persiguen como las promesas por cumplir... Los recuerdos para mí en otra vida eran amor, ay. Ocurre, es el caso que hoy me obliga a escribir, que vienes a mí con la cara de ir a misa y darte puñetazos en el corazón. ¿Remordimiento, quizá? Hablo de ti y de mí, de no necesitar perdonarnos si tú sigues tu camino y yo el mío. Sin darte puñetazos en el corazón, sin volver a empezar si tú no quieres, cuanto menos, has de tomar conciencia de que tu vida ahora no irá a mejor mientras no entiendas que el tren no espera en la estación. Si eliges volver a empezar date prisa que el tren no espera. Y la culpa no será del jefe de estación ni de los quebrantos causados o del qué dirán que tanto te acompleja: La culpa será tuya, y tú pagarás las consecuencias. La vida que tu Dios te regaló la has echado a perder y qué lástima. Vale un consejo de viejo si lo quieres: No dejes que nadie viva tu vida ni consientas que te la saboteen. Por cierto, parece que ha dejado de llover, es hora de valorar prioridades: Primero el uno, luego el dos (recuerda), y en ese plan hasta que de tus ojos la mirada respetuosa procese la realidad y le des valor. (El porvenir que nunca viene vendrá y será enloquecedor). Gracias.
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