Ayer iba a dedicar todas mis horas a la investidura de Pedro Sánchez, pero me vino una tos y un quererme más que nunca y abrazarme para que no se me escaparan los pulmones de la caja torácica. Creí que la tos me mataba y dejé a los electos que se encargaran de Pedro Sánchez. Fui al médico y era una médica que amable me dedicó unos minutos de su tiempo...
-Uy, ¿tú por aquí?
-Estoy muerto.
-Ya lo veo.
¿Ya lo ve? Déjeme que le cuente lo de la tos por si duda de lo que ven sus ojos. Es una tos seca que tose en la garganta y va bajando mientras aparece una mucosidad que no la dejo que salga porque si la dejo temo que también salga todo lo que llevo dentro: los pulmones, el corazón, el alma, ay, no sé. Estoy muerto. "Doctora, sáneme, por el amor de Dios se lo pido".
Mujer extraordinaria la doctora enseguida dijo: "échate en la camilla que te voy a auscultar y te cuento: respira hondo". Y ahí empezó lo peor: por unos minutos me fui de la vida y encontré la muerte: "se lo dije, doctora, estoy muerto". "Calla, pero qué dices, lo tuyo es una tos perruna sin importancia". Toma este jarabe y estas pastillas efervescentes y mañana como nuevo".
Mañana es hoy y estoy vivo y mejor de la tos: me duele el oscurantismo de alguna que siempre me dolió. Llegué a pensar, y no descarto la fiebre, que igual me daba que invistieran presidente a Pedro Sánchez o Santiago Abascal. Es verte morir y da igual quien te gobierne o te quiera, si no es lo mismo. Ayer fue un día aciago pero un día aciago lo tiene cualquiera. Gracias.
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