lunes, 13 de enero de 2020

Por un final feliz.

Ayer, después de la rueda de prensa sin preguntas, y como lección de humildad tal vez, me llamó Sánchez para ofrecerme una secretaría de estado de algo. ¿Secretario o secretaria? No, querido, desde la edad de la autoestima, la sabiduría y los consejos besos en casa. Yo no soy esa: los desprecios a la cara. Digo desprecios y digo decepciones, y cierro el capítulo de Pedro Sánchez y, por amor, no puedo sino volver al oscurantismo que duele del pasado jueves y pedir perdón a una amiga ida por regocijarme en su desgracia desde la vanagloria. De la mano del olvido que no encuentra camino asumo las culpas al no poder ayudarla a ser normal y recordarle que la prefiero vestida de alegrías y no triste de morir camino del cementerio.

Qué lástima, prendida de espantos regresas en busca del aliento que da vida y a cambio me ofreces tu risa y el porvenir sin signos de interrogación. Albergado aún en ti, amor que fuiste: no vuelvas. Cuando pude quise que volaras con tus pasiones libre sobre mis alas y... Ahora tus pasiones se convirtieron en turbulencias. Amor que fuiste: no vuelvas, prefiero esperarte...

Me conoces y no sé a qué viene ese comportamiento tuyo de ahora. Sonrisa sumisa, acostumbrada a reprimir tus encantos cuando te veo acompañada... Tú rompiste los acordes de tiempos felices y me obligaste a vivir en un qué, sin embargo, en la soledad que habito, no niego que reescribiría el jueves por un día sin vertidos de veneno. Escribiría un final feliz. Gracias.

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