sábado, 11 de enero de 2020

Carmen, ha muerto.

Me lo dijo Patricia: "Carmen, ha muerto". Y me dejó desconsolado como un ciego a la puerta de un museo. Carmen era la esposa de Eugenio y ha muerto. Otro descuido de la María. Otra verdad para creer. Otra amargura para el sollozo. Q.E.P.D.

Con la muerte de una mujer buena pierde su familia, pierden sus amigos y pierde el pueblo. Pero no pierde Eugenio que la espera en el cielo. Me lo decía sentada en el banco del parque mirando al cielo... "Está allí, y pronto yo estaré con él". Con Eugenio perdí un amigo sabio y con ella una amiga. Intransigente en su honestidad, firme en sus principios. Lo de Carmen por la vida fue pasión: leal con Eugenio, amor con sus hijos, y los mejores ejemplos para el pueblo. No abundan mujeres de esta estirpe casi vencida por unos tiempos de poca utilidad moral donde todo está permitido, incluso el olvido. De este irse inmerecido, firme defensora de la familia, de la gente reincidiendo en la esperanza de un mundo mejor. Carmen, ha muerto. 

Cada día se sentada en el banco de la avenida a rezar a Dios por Eugenio, y nunca le faltó una palabra balbuciente para mí. Murió por un descuido de la María y vivió lo suyo. Llegó su hora y no luchará por su vida. Ni por la de aquellos que siempre estuvieron peor que ella. De esta vida sin vida desde que Eugenio se fue, de este adiós sin compromiso, de este alivio para siempre. Esta muerte ha de servir, para que se sepa, que esta vida desecha en sus traiciones, aletargada en latrocinios y borracha de impunidades, aquí mismo, y hasta ayer vivió Carmen. Vivió y murió una mujer buena, ejemplar en sus valores, eficiente en el manejo de la fidelidad. Una mujer testaruda de ideas claras cuando defendía a su familia, y los hijos primero. Leal hasta el final. Ojalá en el cielo encuentre a Eugenio y prosigan con su inconclusa historia de amor. Carmen, ha muerto.

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