No digo mentir, digo que me encanta sembrar dudas en el día que escribo hasta el punto que estoy valorando alargarlo. Sí. Pero escribir largo me cansa y tampoco a quien le dedique el día le sembraría dudas... "Dios mío, dame fuerzas para poder mirar el fariseísmo sin demasiado miedo y sin demasiado asco. Pero dame también gracia como Tú para mirarlo de frente". (Leonardo Luis Castellani). Pocas veces me he sentido enojado conmigo como estos días, hasta el punto de subir al desván y gritar violentamente conmocionado. Y me explico: Cuando mi esposa me envía al carrefur, si son dos productos, por decir: "Una libra de clavos y un formón". Clodomiro. No se me olvida, aunque es sabido que para olvidar hay que tener memoria y yo... con el perdón. Pero cuando mi esposa quiere que compre más, por decir: una docena de productos, entonces tengo que hacer la lista. Y en la lista escribo lo que tengo que comprar, nada más, ni la oferta más increíble. Porque hay lío. Lío y lágrimas cuando llego a casa, ay. Eso sí, a mi esposa no le importa el orden que compre los productos (pero a mí sí), quiero decir que si el pan lo escribí el primero sí, porque la panadería por el aroma sé dónde está y es lo primero que encesto, pero los otros productos hasta llegar a la docena no. O sea, yo completo la lista, la lista está cerrada (¿está cerrada la lista? pero el producto siete en un descuido puede ser el cuatro al empezar a comprar por donde sea o en fin. Y no pasa nada porque son los doce productos que mi esposa me encargó, ¿comprenden? En el Oeste Americano no hacía falta ser el más rápido si se sabía quién disparaba y por dónde iban a venir las balas. (Un jueves sin eventos una reclama ser de utilidad). Gracias.
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