La soledad no es delito, delito es todo lo demás, incluidas las mentiras piadosas que se cantan de buena mañana en amena conversación. Nacer, morir: saber elegir. Elegir pensando en el bien común, de lo contrario si no somos capaces siquiera de pensar... Si nada sirvieron los valores familiares, las enseñanzas que supuestamente aprendimos haciendo camino... Y qué fue de aquel amor tibio que se ofreció a darnos amparo y esclavos de las apariencias, invisibles a los ojos del amor, sin un brazo pegado a un hombro, denostados, triunfalmente derrotados y tristes de morir... Antes de que el maquiavelismo amoral llame a la puerta, como mal menor, será inevitable saber elegir entre ser feliz o seguir en el mismo plan ignominioso... Sin la audiencia de antaño, con ojeras y ya sin las funciones creadas a la medida de nuestros caprichos, de tanto ir con el cántaro a la fuente, se romperá y volveremos a empezar ¿sí? porque la soledad no es delito pero tampoco es vida ni nada que se le parezca. La soledad no es delito, pero si tememos lo peor, volveremos a empezar con los humildes en el corazón. Gracias.
No es delito, no es una sentencia, no es un consuelo, no es un castigo ni una pena. Quien está solo y es feliz tal vez ha logrado todo lo que nos cuesta a los demás. Estar en paz, no necesitar llenar ningún espacio vacío ni pasado ni presente y tiene en su espíritu y en su andar un cúmulo de experiencias amables, solidarias... Tal vez. Es esa clase de libertad que nos resulta imposible de aceptar para quienes gustosos amamos la vida en compañía. Quién sabe. Será posible entender la soledad como esa condición necesaria para poder estar con alguien más, saber estar solo no es cosa simple de lograr.
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