domingo, 22 de noviembre de 2015

Caricias que envuelven mi alma.

Si no tropiezo con una sonrisa de soslayo, un amor, otra de Rajoy, o un descuido macabro, nada me obliga a escribir y me siento como alma en pena. Entonces, María, la Magdalena, que siempre me acompaña me anima a leer un libro de poesía al azahar. Y entre sus páginas sin saber alargo los dedos en busca del teclado y solo me dejo llevar... Y escribo. Escribir me da la fuerza que necesito para sentir el día. Un libro de poesía se explica y me guía por el camino de vuelva usted mañana. Aún no está escrita la última palabra. Bendito el amor y santa la poesía.

A veces ocurre que del teclado salen cosas que no me gustan y directamente van a la papelera. Otras simplemente no las entiendo. A veces escribo cosas que me dicta el subconsciente y temo que mi mente absurda se desbarate. Tengo miedo a encontrar entrelíneas una mala experiencia que pudiera actualizar temores del pasado. A veces ocurre que lo que escribo no es fruto de mi inspiración sino una desafortunada vivencia de un pasado imperfecto, espíritu inmundo que insatisfecho aún cree que es posible hacerme daño. A veces confundo la verdad con la mentira, la vida con lo que vivo: me salva leer poesía y escribir el día que me gusta vivir con dolor de parto. Creación literaria. La forma de degollar a los culpables de que mente viva desordenada. A veces me veo reflejado en mis comentarios y me siento mal. Mucho mejor cuando una amiga me nombra entre todos sus desvaríos... Amiga, no quemes las naves, Mario Benedetti lo hizo antes: "Sí, un día de estos habrá que entrar a saco la podrida infancia, habrá que entrar a saco la miseria, solo después con el magro botín en las manos crispadamente adultas, solo después, y ya de regreso, podrá uno permitirse el lujo, la merced, el pretexto, el disfrute de hacer escala en el desván y revisar las fotos en su letargo serpia. Amiga, lo que unió la santa poesía que no lo separe el porvenir.

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