domingo, 3 de julio de 2011

Una dama en su poesía

Entre el amor y la poesía, la más encantadora y soñadora, es una dama en su poesía. Creativa en cada ocurrencia que motiva, salta de flor en flor pero siempre lo hace a la altura de mis ojos. Ella no sabe que me perjudica, porque de tanto mirarla estoy ciego, ya no me queda mirada. Mientras la perseguía con mi mirada fui perdiendo la vista. No sé cómo pero me dejé atrapar por su encanto y ahora estoy ciego y desubicado. Sin embargo, hasta ciego la encontraría en el lugar donde estuviera de manera desparramada, que siempre fue muy desdeñada. Pero no puedo mortifícame por sus malos hábitos, aunque mi mirada no pueda conquistar los núcleos esenciales de su vida. La belleza, si se distancia de sí misma y apela con sentido oportunista a la mayoría de necesidades que existen en los sentimientos, pueden llegar a obnubilar la mente. Ella no sabe que me hubiera conformado conque volviera a acogerme en sus retinas quizá para dejarme a salvo de algún adiós, para fingirme y dignificarte. Cuando mis sentidos se sosiegan lloro en mis adentros. Esta noche lloré al verme rebuscando por los vertederos entre cristales rotos en busca de unos ojos para verla. Por un momento creí encontrar unos, pero al ponérmelos comprobé que no eran auténticos, que no sabrían mirarla. Los ojos falsos son mentirosos. Nunca encontraré unos ojos verdaderos para verla. Soy ciego, y es posible pisarme, donde quiera que voy temo por mí integridad. Necesito unos ojos para verla. Vivo desahuciado. Me hablaron de un lugar que había unos ojos: también eran falsos, no eran ojos verdaderos. Los ojos son una oportunidad que los ciegos no podemos rechazar. Aunque de antemano sepamos que son falsos. Los hacen parecido, pero indignos, los hacen muchas veces sin pupilas y retinas, incluso no tienen pestañas. Son malas copias, no saben el daños que nos hacen, quien los ponga jamás volverá a ver. Yo quiero unos ojos como los que tenía pero distintos; quiero unos ojos que me protejan de su mirada, quiero verla, pero no quiero quedarme ciego de tanto mirarla. Unos ojos capaces de guiñarle un encuentro a escondidas. Unos ojos míos que fueran suyos. Unos ojos posibles. Por mirarla y verla estaría dispuesto a aceptar la ceguera eterna. Solo porque me dejara divagar por tu ausencia... Ahora mis noches son oscuras e insolentes, se ocultan debajo de mi insomnio con afán de murmurarme desventuras y prodigarme desprecios. Sueño mis ojos originales. Pero al despertarme, descubro qué me importan unos ojos si no pueden mirarte... Lo cierto es que estoy ciego porque no quieres que mis ojos te miren. Si al menos les dejaras mirarte de soslayo... Dime, dama en su poesía, ¿si tuviera unos ojos solventes me dejarías mirarte aunque uera de soslayo? Dime, y permíteme creer en ti. (Yo solo vengo a ofrecerte mi amor).

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