miércoles, 6 de julio de 2011

Añoranza

Un día, hace años, cuando era joven, eso, me propusieron ser político y dije no. A veces pienso que tenía que haber dicho sí. Porque siempre quise ser importante y hubiera sido la manera de lograrlo. Además, lo de poner las patas de atrás encima de la mesa y hablar gringo casero o catalán en la intimidad me va... me va... me va, como la canción. Que a mí los idiomas de siempre se me dieron estupendamente. Pero no iría a la peluquería con cuatro guardaespaldas y dos coches. ¡Qué agobio!. Y los periodistas acosándome por cortar y peinar o lavar y marcar. Desde luego si fuera político renunciaría a llevar escolta. Mantendría mi vida corriente; me refiero a tomar un vino con los amigos de toda la vida, recibir y dar saludos a gente desconocida que sinceramente me aprecian, pasear por las calles como cualquier mortal sin tener que explicar lo del carbono 14, ir al cine y sentarme en la última fila porque sí. O simplemente viajar sin verme obligado a pagar billete, o recibir regalos imposibles de negar como un coche deportivo, relojes de oro, trajes de pajarita y opera, apartamentos en las playas, cruceros por el Mediterráneo... Desde luego si hubiera sido político tampoco dimitiría. Eso fijo.

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