jueves, 21 de julio de 2011

Ni inocentes ni culpables

No creo que exista persona alguna en este mundo que no le provoque consternación la muerte de un ser humano (que merezca o no vivir ya es arena de otro costal... que enseguida podemos echar mano a la hipocresía). Creo que me estoy metiendo en un asunto de difícil salida. Entonces, que María, la Magdalena, enamorada me perdone. Viene el asunto al caso, porque a uno le da por leer la prensa y si no llora igual desea que alguien se muera para siempre sino otro. Porque son guerras provocadas por un interés u otro, pero siempre relacionado con el oro, diamantes, petróleo... en fin, en ese plan. También las hambrunas de África, los asesinatos por el narcotráfico que vivimos a diario en Méjico, Colombia y otras naciones... Son tragedias que uno no acaba de acostumbrarse... Porque según este mundo echado a perder nos tenemos que acostumbrar. Cualquiera, yo mismamente, si me diera por escribir un relato de testigos confesando masacres humanas y su diferente tipología no me haría falta ni ser un poco original. Y nada que decir del cierre de Guantánamo prometido. Irak, Irán, Afganistán. Sodoma y Gomorra. Qué nadie se acuerda de la santa poesía y el amor que es la vida. Qué de la humana humanidad. Qué de la paz en la Tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad. Qué de aquél que predicaba con el ejemplo. Qué de aquél jesuita (lo quiera la iglesia de Roma o no) Vicente Ferrer. O sin ir más allá en el tiempo por estar vivo: qué del Padre Ángel. Ya, sí, claro, un milagro... Las noticias de muertes violentas nos despiertan al alba y la quietud de la sociedad es de espanto. Es la desesperación. Es el miedo y la impotencia. Es el descrédito humano. Pena de raza humana. Evocando al Eclesiastés, todo tiene su tiempo bajo el sol. Pero no sé... Y si digo que no sé no sé. La violencia en este mundo se propaga como una plaga y tal parece que nada se puede hacer. ¿O sí? Y el Sabina canta: Amor se llama el juego/ en el que un par de ciegos/ juegan a hacerse daño./ Y cada vez peor/ y cada vez más rotos/ y cada vez más tú/ y cada vez más yo/ sin rastro de nosotros. Amor. Ni inocentes ni culpables.

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