En el Día Internacional para la Tolerancia debemos reflexionar sobre el respeto comenzando por uno mismo. Precisamente este mes de noviembre que le da por llover tormentosamente. Tal parece que la intolerancia se unió con el clima por el mal. Una condena clama por la tolerancia entre los pueblos, las razas, las religiones, las ideas, el pensar diferente. Ser tolerante para saber qué de bueno tiene la fraternidad. Como padres, debemos educar a nuestros hijos en clave tolerante. La familia nace del respeto. Aceptemos llevar la diversidad en las alforjas. Somos exclusivistas, no somos una sociedad tolerante. La tolerancia se ahoga en tiempos anárquicos. De la tolerancia depende que la humanidad pueda subsistir -y no exagero-; uno de los grandes valores fundamentales. ¿Acaso se ha roto el espejo de los abrazos, el orgullo humanitario, la indulgencia de los padres? ¿Acaso ya comenzó la carrera del "yo"? A pesar de una sonrisa, a pesar de una brisa en reposo, a pesar del día de grandes manos abiertas. Un noviembre de lluvia torrencial y muerte la tolerancia clama. Herida la utopía, despedazada la esperanza, fracturada la plegaria. ¿Qué escarnio? Uno considera el odio bestia incendiaria, trastorno de una sociedad lenta en reaccionar. Una sociedad dormida. Noviembre es un mes intolerante que desciende sobre la ladera de una montaña que no se dejó alcanzar la cima. Y debajo está la sombra y está la noche. Está yacente el hombre y la mujer intolerante. Gracias.
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