Un político listo le dio por inventar y el primer día inventó las elecciones, las ganó, y como no había nada inventó la creación para que hubiera algo. El segundo día inventó la luz para que hiciera sombra (la sombra que pone en cuestión la verdad y la arroja al olvido). El tercer día inventó un imposible: hacer las cosas bien. El cuarto día inventó la eternidad para no obligarse a acabar el cuento de nunca acabar. El quinto día lo dedicó a celebrar hacer tanto en tan poco tiempo: invitó a los amigos de la infancia, bebieron vino tinto con sifón y comieron perdices. El sexto día amaneció con una resaca del demonio (a quien no necesitó inventar porque ya existía -no se fue, sigue ahí-, ocupa su sillón y gobierna con sus formas). Fue luego, sin querer, como ocurren las cosas queriendo, cuando inventó lo peor: la política y etcétera. Nadie dirá las palabras que no dije ni podrá explicar lo que siento, así que escribir el día es mi responsabilidad, y hablar bien o mal mi privilegio. Acéptenlo. Y no quieran descodificar una mente absurda después de un largo proceso de maltrato laboral. Abuso de autoridad vengativo. (El silencio resuelve los problemas donde la ignorancia y la maldad pueden tomar ventaja, pero no funcionará como chantaje). Gracias.
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