Cuando uno llega a conocer un porqué para vivir y por quién: "qué puedo hacer por ti para que no sufras", después de estar o estando atrapado entre una frágil salud mental te encuentras al otro lado de la historia, entre los sobrevivientes, y mirando de soslayo tantas cosas mal hechas mientras observas, además, cómo la realidad supera a la ficción. Agotada la capacidad de asombro y paciencia, despertar al nuevo día aun con una esperanza pendiendo de un hilo, es una gran hazaña, si no un milagro para creer. Seguimos aquí para seguir amando a quien nos ama y aceptamos el reto de reinventarnos y no esperar a que llegue el invierno frío para desasistir una esperanza y echarla a andar con la palabra como escudo y como espada. La palabra. La palabra amiga y enemiga, gorda y flaca. La palabra que revolotea, huye, se detiene, corre y vuelve a detenerse. La palabra es luz y es oscuridad, golpea y acaricia, ofende y ama, odia y deprime, sonríe, entristece y aterra. La palabra es ajena, personal, propiedad de nadie, silenciosa, abierta y libertaria. La palabra nombra cosas, crea pueblo, elimina fronteras y hace las paces. (La palabra se trasfigura y hasta sirve para escribir el de soslayo de hoy, y quizás el de mañana). Gracias.
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