¿Qué satisfacción ofrece a la conciencia el hecho de decir la verdad? ¿Es la mentira en sentido absoluto la negación de la verdad? ¿El que se confiesa ante Dios o el que promete decir verdad, realmente la ofrece o solamente sigue un guion? ¿Es la mentira un acto de piedad si llega el caso? ¿Ocultar la verdad con un fin noble es justificable? ¿El médico que oculta un diagnóstico de muerte hace bien o hace mal? ¿En la amistad la mentira es tristeza de amor? Me viene a la memoria en una vida de activista, insistir: "El criterio de la verdad es la práctica". Como sociedad estamos ante una crisis de la verdad al no ser reconocida. La verdad se enseña reconociéndola desde la infancia. Es temerario huir de la verdad, porque el espíritu de las malas acciones siempre acecha, tanto si nos arrepentimos como si no. Basta de mentiras, de angustias, de melancolías y de olvidos. Pero hay más y peor cuando llega la hora de la verdad y con ella la de asumir sí y sí las consecuencias. Voy al porqué de las preguntas y las consecuencias (disculpen que sea asunto personal) que hoy traigo a de soslayo: "De lejos no te reconozco y ni siquiera mi mente absurda te acepta. El desprecio por la verdad, tus apariciones sometidas al capricho de la suerte ajena; tu mirada perdida en un mar sin horizonte, sobrecargada de odio, y de tantos vehementes abusos de poder. Sin olvidar al jodido sicario. Tú, mujer, a merced de todas tus mentiras. Tu esperanza abandonada en una esquina". Gracias.
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